En este capítulo nos acompaña Pablo d’Ors, escritor y sacerdote y que tras su éxito con «Biografía del silencio» del que vendió más de 100.000 ejemplares, nos presenta, «Biografía de la luz» (Galaxia Gutenberg) en la que explica cómo el silencio le ha conducido a la luz.
En el libro comenta que la atención, la meditación ha venido a sustituir a la literatura. Que la meditación silenciosa puede conducirte al encuentro contigo mismo más allá de lo que puede hacerlo la literatura.
Le preguntamos cómo fue su proceso cuando decidió empezar a meditar y cuáles fueron los principales obstáculos. Además, Pablo nos dice que no viajar, no leer, no hablar… todo eso es lo mejor para acercarse a la vida. ¿Qué significa?
Si meditar es lo más natural para el hombre, ¿por qué no meditamos? No es que no meditemos sino que hacemos totalmente lo contrario. ¿Qué ha pasado para que nos hayamos perdido tanto? Pero si hacemos lo que nos propones o lo que nos explicas. Si finalmente, decidimos dejar de jugar con las olas, para ponernos a bucear y explorar nuestro iceberg, ¿cómo resolvemos esa situación?
¿Cuál es el objetivo de meditar? ¿Podemos esperar algo cuando nos sentamos a meditar? Porque Pablo nos dice que no la podemos juzgar por cómo nos sentimos en ella sino por los frutos que da.
Hay otra frase en el libro que queremos destacar: “Por difundido que esté vivir persiguiendo lo que nos agrada y rehuyendo lo que nos desagrada, semejante estilo de vida hace de la vida algo agotador. Lo que nos disgusta tiene derecho a existir”. ¿Habla de tolerancia en este pasaje? Y si es así, ¿cómo se practica?
Pablo dice que el arte se parece a la meditación en cuanto su condición de entrega. Que para meditar no tenemos que esforzarnos sino entregarnos, y que, por ejemplo, para escribir un libro hay que hacer lo mismo, que el libro se escribe solo si nosotros nos entregamos. Le preguntamos cómo nos predisponemos para esa entrega.
“A quien no medita, le gusta por lo general, vivir con emociones”, dice Pablo en un pasaje del libro. ¿Qué hay de malo con emocionarse? La música emociona, el cine emociona, el arte emociona, incluso, la religión, lo espiritual, el sentimiento de trascendencia, también puede emocionar. También, le trasladamos esta reflexión.
Si la mejor definición de uno mismo resta en el ser, en el «yo soy», ¿dónde queda nuestra identidad que es la que nos define frente a los demás? Podemos aceptar la esencialidad del ser, pero es nos sirve en nuestro recogimiento, pero la vida se desarrolla también fuera, también somos animales sociales, ¿no? La respuesta de Pablo a esta reflexión es imprescindible.
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